En algún sitio leí que “el Algarve” siempre es un día de vacaciones. Ese sentimiento en Portugal es muy obvio y, aunque no seamos portugueses, hay algo invisible que nos hace desacelerar, relajarnos, disfrutar. Tal vez sea la luz, sus playas, los pueblos blancos de la costa. No sabemos, pero hay algo seductor en esa región.
Visito por quinta vez el Algarve, pero esta vez en otoño (siempre lo había hecho finalizando el verano), huyendo de la masa de veraneantes que la masifican en verano, como todos los lugares de moda en esa estación, y también de los tópicos para disfrutar de ese Algarve secreto, más rural y auténtico, lleno de historia y de lugareños heterogéneos.
Al cruzar la frontera por el río Guadiana, muy ancho, encontramos frente a Ayamonte una villa de pescadores junto a la desembocadura del río, Villa Real de Santo António, que según algún escritor recuerda a Casablanca (las comparaciones suelen ser odiosas). Quedó muy destruida por el terremoto de 1755, así que el Marqués de Pombal la reconstruyó desde cero en los años posteriores al gran terremoto-maremoto. Dicen que está inspirado en la disposición de las calles del centro de Lisboa. El centro histórico del siglo XVIII es hermoso y tiene una planta rectangular, de ahí que se le llame el pueblo de la Ilustración. El paseo marítimo (o mejor dicho "por la margen del río") es espectacular, todas las construcciones tienen la misma altura (dispuestas perfectamente y siguiendo un patrón similar —no superan las dos plantas en ningún caso—, con sus preciosas puertas y azulejos) y, en lo alto, unos torreones que miran al este y llaman la atención. Es curioso que todos los comercios tengan el mismo cartel azul numerado, de esa manera el turista, al igual que pasa en los aparcamientos subterráneos con sus luces rojas o verdes, visualiza donde se encuentra lo que busca. En ese paseo, soleado habitualmente, se sientan los jubilados (portugueses, ingleses o alemanes) a tomar el sol en los bancos municipales o en las múltiples terrazas expuestas al astro rey.
Era 27 de noviembre y tras recorrer las plazas y calles de la ciudad nos sentamos en una terraza del centro, junto a paisanos y forasteros, realmente era una sensación de un día de vacaciones, de cuando eras niño y disfrutabas del sol en la cara después de varios días de lluvia. Esa evocación de libertad que te emociona y hace que te sientas feliz en un lugar del universo que se llama Vila Real de Santo António y está más cerca que otros lugares que se presuponen próximos.
En las Marismas de Castro Marim y Vila Real donde se despliegan muchas especies de aves (los flamencos y cigüeñas esperan para sorprendernos), crustáceos, mariscos y peces es único. No en vano, están compuestas por más de 2.000 hectáreas de área protegida, parte de ellas son salinas en las que, aún en la actualidad, se continúa produciendo el mineral. En la calle principal de Vila Real un pescador estaba vendiendo coquinas y ostras que tenían una frescura envidiable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario