Escuchando,
una vez más, “Waltzing Matilda”, no me
cabe duda de que en días tan extraños como el de hoy, hay que aferrarse a esas
pequeñas cosas que nos hacen felices para no perder los estribos de lo que somos
y queremos ser. El mundo se está volviendo loco, o eso me parece a mí.
Estos
días de estómago lleno y ambientes
estridentes he tenido un par de sueños, en dos noches diferentes, algo extraños
pero con la particularidad de que los recordé nada más despertarme y sigo
recordándolos perfectamente, algo que habitualmente no suele ocurrir. El primero sucedió la noche del
23. Nadaba en el Mediterráneo, como suelo hacerlo siempre, y de repente, una
gran ola, que no había visto, me engulló
hacía el interior de ese túnel que forman las que capturan con su tabla los
surfistas. Me dejé llevar, aguantando la respiración como podía ya que al
producirse la situación por sorpresa no pude almacenar aire en los pulmones como
hago cuando me propongo bucear. Era una especie de pelele de trapo que daba vueltas por un túnel que
extrañamente no era verdoso sino de color quisquilla, probablemente debido al sol que yo veía justo
encima del mar cuando correspondía la rotación de mi cuerpo en el interior del
túnel. Al romper la ola sentí pánico ya que no quedaba aire en mis pulmones.
Justo en ese momento de batida desperté cubierto de un sudor que parecía,
además de húmedo, muy salado. Durante la mañana siguiente a producirse el sueño,
estuve dando vueltas analizando su probable significado. Después de muchos
minutos, tuve la sensación de que mi blog, precisamente se llama “Escritos en
la cresta de una ola”, podía contener alguna respuesta al sueño aunque todavía
no he podido descubrirla.
El
segundo se ha producido esta misma noche, la de que va de Nochebuena a Navidad. Me acosté hacia las dos y media. Desde la
finalización de la cena, hacia las doce, estuve viendo una película sobre una
pareja. El chico era atleta y le habían detectado en una de las revisiones un
problema pulmonar… No pude finalizarla, el cansancio se apropió de todo mi ser.
En el sueño aparecía yo con un chándal ya viejo, que todavía tengo, de colores
rojo, gris y blanco. Tenía edad de últimos años de instituto, diecisiete o
dieciocho años, y estaba en un parque cercano a un río observando a una chica
de mi misma edad que me gustaba. Ella
vestía uniforme del colegio, falda de cuadros grises y jersey verde oscuro,
leía tumbada en una especie de toalla redonda y notaba que me espiaba de soslayo. Yo jugaba
con un balón que, de vez en cuando,
dirigía contra ella. Entonces se levantaba y me perseguía por el parque.
Yo aprovechaba para abrazarle e intentar contemplar sus lindas piernas. Era uno
de esos días primaverales en los que el sol ya empieza a calentar. Al día
siguiente, la chica de verde se encontraba a la misma hora en el mismo lugar.
Yo iba vestido con un vaquero y una camisa de cuadros azules y blancos y me
senté a su lado. Le expliqué un proyecto que tenía entre manos para conseguir
dinero, solicitando su ayuda. Había
diseñado unos polos para el verano y ella tenía que coser el logotipo. La marca
era “Entre comillas”. Ella aceptó gustosa a estampar el logo en cada polo en el
mismo lugar en el que nos encontrábamos. De esa manera, las tardes las pasábamos juntos y, poco a
poco, fuimos enamorándonos. La chica del sueño por suerte existe y hablando con
ella a la mañana siguiente del sueño, me dijo que esa noche estuvo trabajando y
escuchó “Waltzing Matilda”.
1 comentario:
Yo creo que está muy claro, tanto como el agua del mar: a esa chica le debías gustar una barbaridad.....creo yo.
Pura psicología: si a una chica plácidamente tumbada en una toalla redonda le dan golpecitos con un balón, luego le piden que se ponga estampar logos en un polo, y ella acepta y vuelve todas las tardes, es que está perdidamente enamorada.
Ay!, si los sueños se hicieran realidad...verdad? La vida se convierte en una fiesta de colores..cuando sucede algo así.
Felices sueños!
Ah, y por cierto,
buena elección Waltzing Matilda: )
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