Foto: Luis López
Accidentalmente llegamos a Lido, ciertamente no era nuestra intención, al
menos en ese inesperado viaje desde San Marcos al atardecer, pero… justo en el
Arsenal la decisión estaba tomada. No había vuelta atrás viendo a mis espaldas
Venecia desde otra perspectiva. Atravesando
en línea recta, desde la estación del vaporetto en Lido hasta la playa, mi primera y única incursión en el Adriático,
grupos de personas bronceadas atiborraban todas las terrazas situadas a derecha
e izquierda de la calle, por momentos, por su manera de vestir, por su aspecto,
me recordaron que paseaba por el Sardinero cuando apenas tenía diecisiete o
dieciocho años. Ya en la playa, reconocí la esbelta figura del Hotel des Bains. Tomas Mann se alojó allí, con su
mujer y su hermano, durante el verano de principios del siglo pasado. Allí se
obsesionó con un niño de 11 años llamado Wladyslaw Moes, que pasaba sus
vacaciones con su madre, polaca, y sus hermanas, inspirando a Tadzio, el
enigmático adolescente de la novela La muerte en Venecia, escrita en
1912. Visconti, en 1971, trasladó el
libro de Mann a la gran pantalla. Muerte en Venecia, se convirtió en un mito. Cuando llegué a España lo primero
que hice en casa fue escuchar a Gustav Mahler rememorando la película.
La
ciudad de Venecia debe mucho a Visconti ya que dotó a la ciudad de un aire
romántico. Más tarde, en 1954, el
director rodó el comienzo de su largometraje Senso en La Fenice. Durante
la tarde siguiente a visitar Lido nos perdimos por los alrededores del teatro La
Fenice (Ave Fénix). Canales, mucho más tranquilos que en la zona de San Marcos
o Rialto, desembocan en una calle muy comercial donde están situadas las tiendas de las primeras
marcas italianas de grandes diseñadores. La Fenice, que cuenta con 223 años, creo,
se quemó en 1836 renaciendo de sus cenizas. En 1996 volvió a arder, intencionadamente,
quedando intacta, tan solo, la fachada
principal. En este barrio conocí las osteries (tabernas) donde se toma el
vino ombra y las famosas tapas
venecianas a base de bacalao, sardinas… Luego vino el atardecer con sus
góndolas plagadas de japoneses y las voces de barítonos que llenaban con sus
cánticos todos los rincones de los canales.
La
noche anterior, regresando de Lido a Piazzale Roma, donde se encontraba mi
hotel, pude hacerme una idea de la laguna iluminada por tenues luces que daban
a conocer la parte más intima de Venecia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario