Foto: Luis López
El
tren Orient Express efectúa diferentes trayectos por Europa, entre ellos
Londres-Paris- Venecia y viceversa; también une Paris con Venecia para continuar
a Roma pasando por Florencia; y otro más largo en recorrido, Paris- Estambul-
Bucarest- Budapest- Viena- Venecia. Cualquiera de ellos me pone los pelos de
punta -makes my hair stand on end-. Antes
de conocer Venecia, Paris era mi ciudad favorita de las que conozco, seguida
muy de cerca por Londres. Ahora, Venecia se convierte en la primera, a partir
de la tercera posición me costaría bastante establecer una clasificación más o
menos coherente, aunque estarían con seguridad, sin importar mucho el orden,
Budapest, Praga, La Habana, Cartagena de indias, Annecy, Cheste, Granada,
Salamanca, Santiago de Compostela, Lisboa, Brujas… Volviendo al Orient Express,
el pasaje medio, en pensión completa, cuesta unas dos mil euros más los vuelos
de ida y vuelta a la ciudad de inicio del recorrido y llegada. Puede parecer
algo caro pero tratándose de un “homenaje” personal considero que con un poco
de sacrificio puede hacerse. Creo que elegiría el
recorrido Paris-Venecia-Florencia-Roma.
Mi
cuarto día de estancia en Venecia nos acercamos, a primera hora de la mañana, a
la estación Santa Lucía para tomar un tren a Padua. En Italia las cosas parecen más sencillas que
en otros lugares. Por ejemplo, puedes sacar los billetes que quieras, no tienen
caducidad, únicamente, antes de entrar en el andén hay que introducirlo en una
maquinita, es obligatorio, de no hacerlo es como si viajaras sin billete.
Luego, en caso de pasar el revisor, no lo hace siempre, lo comprueba y rompe
una esquina. Cuando estábamos en nuestro andén correspondiente llegó un tren
procedente de Milán, plagado de gente
joven y ejecutivos, nunca había visto un tren tan largo y con tanta gente.
Viéndolos desfilar por delante de mí durante un periodo de unos quince minutos
volví a comprobar que los italianos son los mejores vestidos del mundo, nada
que ver con España, por ejemplo. Cuando aquello quedó vacío pude contemplar las
columnas donde se escondían los agentes policiales en la película The Tourist,
la había visto recientemente, recomendada por salir Venecia no por tratarse de
un film de calidad. En Padua, tras la paliza que supone visitar los Museos
Eremitani (asentados en un grupo de edificios monásticos del siglo XIV) y la
capilla Scrovegni (construida por Enrico Scrovegni en 1303, con la esperanza de
que de esa manera libraría a su padre, usurero, de la condenación eterna a la
que Dante le había sentenciado en su Infierno.
La capilla está plagada de armoniosos frescos sobre la vida de Jesús pintados
por Giotto) con la sobrecarga que tienen las piernas de patear Venecia, hice mi mejor comida de esos días en la
Piazza della Frutta, concretamente en el Caffé Patavino. Acostumbrado a
desorbitados precios de Venecia, pagar por una copa de vino tres euros, cuando
en Venecia te cobran siete, y ocho euros por un plato de pasta cuando en
Venecia es de dieciocho, el Patavino me pareció una bendición divina de San Antonio
de Padua. Además, allí no cobraban el impuesto municipal de Venecia que suele ser de unos dos euros por persona en cada comida y pernoctación, un atraco a
mano armada, vaya! Luego paseamos por la zona universitaria, por la basílica,
por el Duomo, visitamos el Orto botánico, el más antiguo de Europa y declarado
Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, y justo al lado, el Pratto della
Valle, una de las plazas públicas más grandes de Italia, de forma elíptica que
recuerda a un teatro romano, un canal recorre todo el perímetro de la plaza,
flanqueado por estatuas de 78 eminentes ciudadanos.
El
regreso me supo a gloria, durante los 45 minutos que dura el recorrido a
Venecia pude relajarme. Al salir, al atardecer, de la estación de Santa Lucía,
Venecia nos esperaba con una luna espectacular. De la estación al
hotel tardamos apenas 5 minutos pasando el puente Calatrava. Esa noche habían
llegado nuevos trasatlánticos y daban órdenes por megafonía en castellano. Al
día siguiente, nuevamente, Venecia estaba plagada de visitantes. Esa noche soñé
con el Orient Express y gente vestida elegantemente.
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