Ya
ha pasado una semana desde que regresé de Venecia y todavía tengo grabados sus
colores. Ciertamente, esos colores, los reflejos de los palacios en el canal,
la luz tan especial, sigo recordándolos con la cámara de fotos apoyada en el vaporetto. Todo un lujo ya que su velocidad nunca pasa
de los cinco kilómetros por hora, así que es fácil fotografiarlo todo desde ese
rinconcito que supone el vaporetto. Había leído en los foros, incluso algunos
familiares y amigos me habían advertido, que no pagara el viaje ya que nunca
hay inspector, sin embargo, en algún
lugar de internet, por dos veces, leí que, de vez en cuando, inspectores en
grupo asaltan la embarcación y no se salva nadie que no lleve billete, pagando
una multa de cien euros. Por si las moscas, nosotros sacamos una tarjeta para
tres días. Durante todos los trayectos que hice en vaporetto, calculo que unos
quince, no apareció revisor alguno, además me fijé que muy pocos usuarios
pasaban su billete por la maquinita verificadora correspondiente. Los dos
últimos días, caducada ya mi tarjeta,
empecé a viajar sin billete.
Monet
Venecia
es un parque temático especializado en sacar dinero al turista. Sin ir más
lejos, cada viaje en vaporetto cuesta siete euros. Los venecianos no creo que
paguen más de cuarenta céntimos por el mismo trayecto. De los impuestos
municipales para turistas ya he hablado
en otra entrada del blog: dos euros por persona en cada pernoctación y
consumición, aparte del precio del cubierto no incluido en el menú. En Venecia
no encuentras bancos (de sentarse, claro) ni en las plazas, ni en las calles,
ni tan siquiera en la estación del ferrocarril, de esa manera si estás cansado
no te queda otra que sentarte en una terraza o en el suelo. Los baños públicos
son muy escasos y están anunciados por las calles como si de una atracción
turística se tratara, aunque llega un momento que ya no encuentras por ningún
sitio la indicación, orinar en ellos cuesta más de un euro…
Recuerdo
que volviendo en vaporetto de la isla de Murano, después de
pasar la isla cementerio, Venecia al atardecer nos reservaba una
vista extraordinaria. Decía Dino Buzzati que el vaporetto, ajeno a todo, avanza
por la laguna con una melancólica parsimonia mientras la noche termina de caer.
Uno se siente, entonces, inspirado y arrebatado por ese perfil tembloroso de
Venecia iluminada por el último sol.
Yo
creo que en el vaporetto fue donde más horas pasé en Venecia. Encontré mi lugar
favorito en ese trasporte en la popa del
barco, allí se ubicaban, en media luna, entre siete y once asientos,
dependiendo del tipo de embarcación. Siempre estás resguardado del viento y
nada molesta tu vista. Recuerdo una noche que viaja en el número
uno, el que atraviesa todo el Gran Canal. Iba fijándome en mis acompañantes de
popa y aquello parecía un mundo babel. Una pareja de árabes ricos, recién casados, se
fotografiaban con su nueva Leica. Aparte
de ellos había un par de negros mirándolo todo de manera parsimoniosa, una
pareja de alemanes muy rubios, una japonesa sentada a mi lado que fotografiaba
los pocos palacios iluminados, una pareja anciana de estadounidenses muy
abrigados y dos españoles que ya conocían el trayecto del uno como la palma de la mano. Una vez, en Lido, era ya un poco
tarde, pregunté a alguien hasta qué hora había vaporettos. Me dijo que durante
toda la noche. Luego, mirando el timetable
comprobé que el primero que salía de Lido era antes de las cinco de la
madrugada y el último hacia Venecia era a las dos. No creo que haya en ninguna
ciudad del mundo un horario tan abierto como el de los vaporettos, cubriendo el
transporte veneciano casi todo el día.
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