FOTO: LUIS LÓPEZ
Por
muchas fotos y documentales que se vean nunca podremos hacernos una idea de
cómo es Venecia. Cuando vas atravesando el puente de la Libertad tienes una
necesidad imperiosa de estar dentro de ese conjunto de islas, unidas por
puentes, para saber realmente cómo está construida. Lo primero que te llama la
atención, a la diestra, son esos trasatlánticos gigantescos que sobresalen
entre los edificios. Una vez que el autobús te deja en Piazzale Roma aparece el
puente de la Constitución, construido por Calatrava y que tanta polémica causó
entre los venecianos, y justo debajo de él, descubres, nada escondido, el Gran Canal en todo su esplendor, transitado
por innumerables embarcaciones y que te
atrapa por la belleza de palacios y edificios a ambos márgenes, “la calle más
hermosa del mundo”. En ese momento te das cuenta que estás en Venecia y que, por fin, comienza la
aventura de descubrirla, la sencillez de la vida lenta.
Venecia
te atrapa desde el principio, no es de esas ciudades que crean polémica en
cuanto a su belleza. No he conocido, ni
creo que conoceré nunca, nada similar. Venecia tiene alma, tiene ese encanto
que solo una mujer puede tener, Venecia es una mujer en esencia que con la
madurez se vuelve más atractiva, más poderosa, más inimaginable, inalcanzable,
tal vez.
Tomas
el vaporetto y recorres el Gran Canal… y cuesta creer que no estás viendo uno
de esos documentales de notable fotografía… sigues atrapado justo en el corazón
de la ciudad siguiendo el curso del antiguo lecho de un río y escuchas por la
megafonía palabras nuevas que con el paso de los días se van haciendo
familiares: Ferrovia, Riva di Biasio, S. Marcuola, San Stae, Ca`d`Oro, Rialto,
S. Silvestro, Sant`Angelo, San Tomá, Ca`Rezzonico, Academia, S. Maria del
Giglio, Vallaresso, Salute y, por fin, San Marco. En ese primer viaje no te
detienes en nada concreto sino que ves algo genérico que no es otra cosa que los colores de Venecia, su
sensualidad y una variedad de sensaciones diversas y personales. Colores
cálidos: ocres, cremas, terracotas, granates… luminosos y serenos. Y toda esa
belleza, a derecha e izquierda, desemboca en la fermata de San Marco. Paseas junto al hotel Danieli, ves atracadas
numerosas góndolas con los gondoleros, verdaderos símbolos de Venecia, ataviados
con sus camisetas de rayas, descansando. Te das cuenta entonces, mirando a tu
alrededor, que Venecia parece congelada en el tiempo y compruebas que la laguna
está siempre omnipresente formando un mosaico de innumerables islas, casi todas
pobladas, salvo las más pequeñitas. Cuando llegas a la plaza, la música
clásica, procedente de la terraza del café Florian, te hace pensar que grandes
genios como Stravinsky, Wagner, Mahler… influenciaron desde Venecia el aspecto
más innovador de la música culta.
Ahora
sólo quieres dejar los sentidos al descubierto y no pensar en nada que anule
esa sensación que percibes en Venecia. Vista, oído, olfato, gusto y… tacto inspirados al cien por cien. Decía William
Borroughs que el secreto es permanecer, precisamente es lo que tiene que hacer Venecia, permanecer lo más
posible en el tiempo.
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