Eran las siete
cuarenta de la mañana y salí en mi coche desde Zamora a El Maderal para, con toda probabilidad, aprovechar una las pocas
jornadas que permanecerá abierto ese coqueto campo de Pich and Putt que con gran esfuerzo han mantenido Diego, Mundo,
Carlos y algunos colaboradores más de manera altruista. Sin embargo, el tiempo
no pasa en balde y ellos, con más de
setenta años, han dicho basta a continuar trabajando en su mantenimiento. Un
campo de golf precisa mucha dedicación, hay que mantener en estado óptimo los green, segar cada pocos días, regar… La
lástima es que nadie quiere coger el testigo y el ayuntamiento del pueblo no da
señales de vida, así que el trabajo de seis años se irá, casi con seguridad, al
traste. Antes del uno de enero del año próximo conoceremos su destino pero los
más de sesenta socios del club vemos con poco optimismo la continuidad del
campo. De camino, antes de tomar la rotonda para coger la autopista en
dirección a Salamanca, una pareja de la guardia civil me paró. Aunque por mi
parte todo estaba en regla, supongo, esos controles me ponen siempre nervioso,
he tenido muy malas experiencias con ellos. Abrí la ventanilla y di los buenos
días al agente para acto seguido decirme que continuara. Creo que se trataba de
uno de esos controles rutinarios de alcoholemia y no di el perfil. A partir de
Morales, la niebla era muy densa y reduje la velocidad a menos de cien
kilómetros por hora. Cuando llegué al campo de golf, una vez instalado en el tee del hoyo uno no podía ver dónde se
encontraba la bandera correspondiente, a escasos noventa metros. No obstante,
lancé la primera bola y quedó a unos seis metros del Green, consiguiendo, con dos golpes más, mi primer par de la
jornada. En el juego, como podrán suponerse, hubo de todo pero aproveché la
mañana al máximo.
Durante el
regreso, siempre suelo hacerlo por la carretera general para ir disfrutando del
paisaje, escuché un programa de radio relacionado con la tragedia de Lampedusa,
donde más de dos centenares de inmigrantes ilegales (y sigue la suma) murieron por naufragio tras
encender un fuego para llamar la atención de las autoridades italianas, cuando
ya llevaban varias horas en alta mar. Pero la barcaza se incendió y muchos de
los inmigrantes subsaharianos se tiraron a la mar haciendo volcar la embarcación. Me hizo
recapacitar, el planteamiento del programa era de carácter humanista, se ponía
en antecedente la frontera como medio excluyente para ciertas nacionalidades,
defendiendo el libre trasiego por el planeta tierra. Se habló del silencio que
existe entre los medios de comunicación sobre los muros construidos por varios
países. Todo el mundo aplaudió la demolición del muro de Berlín y, sin embargo,
se construyen otros mucho mayores, como por ejemplo el Muro del Sahara
Occidental, construido para proteger el territorio ocupado por Marruecos de las incursiones del Frente Polisario, que
es siete u ocho veces mayor que el de Berlín. La Barrera Israelí de
Cisjordania, muro de hormigón de siete metros de altura, todavía en
construcción, que tendrá más de setecientos kilómetros y que sirve para “proteger a los civiles israelís contra el
terrorismo palestino” cuando, en realidad, se interna más de veinte
kilómetros en tierras cisjordanas con el fin de incluir asentamientos israelís
densamente poblados, dejando a los territorios palestinos como islas flotantes
en el mar de las colonias israelíes. EE.UU con México y España con Marruecos,
también tienen largos muros de contención para que no entren de manera ilegal
los mexicanos y los marroquíes, respectivamente. La Valla de Ceuta tiene más de
ocho kilómetros de separación. Estos obstáculos, que ponen en tela de juicio
los derechos humanos más elementales, no deberían tener sentido en el siglo en
que vivimos, sin embargo, las políticas de los países ricos son despiadadas con
el llamado tercer mundo. Muchas veces pienso qué hubiera pasado si yo hubiese
nacido mil kilómetros más abajo. No me cabe la menor duda que hay que seguir
trabajando duro para que todos los seres humanos seamos iguales ante la ley y
tengamos los mismos derechos y obligaciones, es la única manera para que
sigamos avanzando, seguramente con grandes sacrificios por parte de los países
más ricos, para que un subsahariano, por ejemplo, y un europeo, podamos mirarnos a la cara y no se nos caiga de la vergüenza de saber cómo
viven por allá abajo. Todos somos un poco responsables del naufragio de
Lampedusa pero nadie hace nada por evitarlo. La sociedad en la que vivimos cada vez me gusta menos.
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