Hay historias que son bonitas y que, incluso, acaban bien. Carolina Marín tiene 27 años, yo dejé el bádminton en el año 2001, después de viajar a Colombia. Por desgracia no la conozco y, hoy por hoy, sin tener héroes a mi edad, me encantaría coincidir con Caro y decirle que es estratosférica, que jamás tendremos en España a una jugadora de su talento y, que, de alguna manera, es mi hija deportiva. Dediqué 17 años de mi vida al bádminton cuando costaba dinero competir, desplazarse a los torneos por todo el país, organizar sin medios económicos competiciones a nivel regional y nacional, difundir un deporte en el que nadie creía... pero ahora es más fácil gracias a ti, Caro. Se agradece tanto esfuerzo, cuando, como ha sucedido hoy, pasas a la final del Toyota Open sin perder ningún set. Qué orgullo, qué satisfacción, Caro.
Por motivos de seguridad, debido a la pandemia, el calendario se ha reducido a cinco “Open 1000” y un máster final. Carolina, incluido el disputado hoy, ha ganado los cinco. El último en la capital de Thailandia. Es curioso, viajé a Thailandia en 1997, Caro tenía entonces 4 añitos. Estuve en Bangkok, donde ella hoy ha conseguido su último torneo, y viajé por todo el país: Ayuthaya, Pitsanulok, Shukhotai, Srisatchanall, Lampang, Chiang Rai, Chiang Mai y Phuket. Gracias a Carolina he sacado mi álbum de fotos y lo he rememorado. Cuando estuve por allí era director técnico de la Federación de Bádminton de Castilla y León y alucinaba con la cantidad de practicantes de bádminton por todo el país, algo inaudito comparándolo con lo incipiente, entonces, del deporte en España. Y, precisamente hoy, en Bangkok, aquella niña que entonces tenía 4 años ha ganado a la número 1 del mundo. Lo que cambian las cosas en esos últimos años, todo un orgullo.
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