Todos han regresado al inicio de mi colección, a mi casa. Entonces escuchaba a los Creedence y todo el rock sinfónico que estaba tan de moda en los 70’. Recuerdo soñar en mi vieja, y fría, habitación con sonidos de Camel, Tangerine Dream, Yes, Pink Floyd y desconectar absolutamente del mundo real en el que vivía, tan cruel, tan falto de economía para sobrevivir. Las comidas eran de cuchara y las cenas se combinaban con sopas Knorr, latas de sardinas y poco más, todo era suficiente y agradecía el esfuerzo que tenían que hacer mis abuelos para criarme. Durante mis largos y solitarios desplazamientos al instituto siempre lloraba maldiciendo la pobreza de mis adorados abuelos, esa congoja permanente era algo que enturbiaba mis días, el reconocimiento de ser tremendamente pobres. No quiero olvidar de donde procedo, nunca. La economía era justa para malvivir y, sin embargo, mis abuelos pedían créditos para que pudiera vestir como mis iguales, mucho más poderosos financieramente. Tengo que agradecérselo siempre.
Ahora es julio, uno de esos días nublados en Santander, con lluvia tenue, vaporosa y las vistas que contemplo son las mismas que durante esos días que comento. Seis yeguas y cinco potros de unas semanas pastan en el Monte de Corbán, en terrenos del seminario, con la lluvia han desaparecido buscando algún refugio. Los potros siguen a sus madres, siempre están a su lado, buscando su amparo y esa estampa, que se repite diariamente, me produce sintonía, entiendo su querencia, al fin y al cabo son seres vivos con características que son fundamentales para la vida y permiten a los seres vivos interactuar con su entorno, mantener su equilibrio interno y perpetuar la especie.
Son días en los que paso mucho tiempo escuchando música, leyendo, junto al ventanal de mi salón, el mismo espacio que en casa de mis abuelos era su habitación. La casa es otra, es nueva, pero se sitúa en el mismo lugar que la casa antigua, tan amada para mi. Las lágrimas se deslizan por mi cara y es hora de cerrar este escrito que me produce mucha emoción y evoca otro tiempo con algunas carencias de recursos para satisfacer las necesidades básicas, pero lleno de amor y solidaridad. La infancia juega un papel fundamental en la formación de la personalidad y el desarrollo emocional de un individuo, dejando huellas que perduran en la edad adulta. Las experiencias y aprendizajes de esta etapa son cruciales para el desarrollo de capacidades intelectuales y emocionales. Esa etapa, tan lejana, me acompaña siempre cuando estoy en este lugar mágico y querido.
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