Se clausuró el curso y me sentí feliz porque se certificaba que un nuevo grupo de entrenadores de Bádminton, tenían la titulación y podían expandir la disciplina por sus lugares de origen. Sin embargo, la tristeza también invadía mi espíritu. Me habían tratado de lujo, conocí a personas maravillosas, viví una experiencia única y gratificadora. Al día siguiente, dejaba el hotel que fue atentado antes de viajar, todas las personas que trabajaban allí me desearon buen viaje, me despedí de todos y cada uno de ellos, la estancia y el trato fueron inmejorables. Una vez más, Piedad me acompañó al aeropuerto. Ciertamente, fue la responsable de que todo saliera genial. Me despedí de ella emocionado. Al cabo de un tiempo, no recuerdo si un año o algo más, coincidimos en Madrid y recordamos aquella experiencia.
Durante el viaje desde Bogotá a Madrid fui dormido, llevaba encima mucho trabajo, responsabilidad y bastante aprensión por lo que podía vivir en esa tierra castigada por la violencia.
Al llegar a Madrid todo me parecía demasiado organizado. Echaba en falta la anarquía de Cali. La experiencia fue vital y pasados 24 años todavía perdura en mí.
Edgar, durante todos esos años, me mantuvo informado de todo lo que iba avanzando el deporte, con mucho trabajo y esfuerzo. Intercambiamos mucha correspondencia por correos electrónicos, muchas llamadas de teléfono, a veces intempestivas para ambos por el horario. Creo que le mantuve al día con los trabajos de Bádminton que le envié, alguno del entrenador personal de Carolina Marín. Junto a Susana pudo recibir en el centro de alto rendimiento de Asturias la formación de los jugadores de élite españoles. Nunca escatimé recursos y economía para que estuviera arropado por su mentor. Edgar fue para mí una experiencia vital, siempre admiré su coraje, su fuerza, su ilusión. En tiempos de coronavirus le envié ayuda económica, mediante la Fundación que lleva mi nombre en Ciudad los Álamos. Mantuve contacto con su hijo Andrés, que vive en Murcia (España). Hice todo lo que pude, pero no fue suficiente para evitar que se nos fuera. Las lágrimas recorren ahora mi cara, mi emoción es fuerte y me parece mentira que haya abandonado este mundo, cuando necesitamos de tantos Edgar Alexander Sterling en el mundo.
Siempre estará en mi corazón. Descansa en paz, pana.
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