Cuando voy a coger el autobús para ir al centro de Santander, o al regreso, o cuando voy a tomar unas rabas y un vermú a Casa Miguel, en mi barrio, en Corbán, siempre coincido con algunas personas con discapacidad intelectual que se dirigen, o retornan, a su trabajo (o de su trabajo) en AMPROS, que según su Web es una fundación cuya misión es contribuir a mejorar la calidad de vida de cada persona con discapacidad intelectual o del desarrollo y su familia, así como difundir, defender, reivindicar y promover derechos y apoyos, creando oportunidades que les permitan alcanzar sus proyectos de vida y su plena ciudadanía, basándonos en principios de eficiencia en la gestión, innovación y compromiso ético. AMPROS nace como asociación en 1965 fruto de la iniciativa de un grupo de padres de personas con discapacidad intelectual que buscaban, inicialmente, una escolarización adecuada para sus hijos. Una vez concluido este periodo formativo, centraron sus esfuerzos en lograr su inserción en el mundo laboral ordinario o a través de los centros especiales de empleo. Estos fueron los primeros pasos de una asociación que en 1970 fue declarada de utilidad pública.
Todo eso me resulta muy familiar en la actualidad, cuando llevo cuatro años jubilado de una vida profesional de 45 años junto a esas personas tan especialmente hermosas en todos los sentidos. Si supieran cuanto les echo de menos… Y todo empezó precisamente ahí, en el mismo lugar, cuando con 13 años comencé a verlos por mi barrio, dirigiéndose por la cuesta que conduce al cementerio y a la isla de la Virgen del Mar, a su centro especial de empleo. También coincidía en el autobús. Les tomé un cariño especial, no eres para menos, su comportamiento era muy natural y adaptado al medio en el que se movían, en unos tiempos en los que todo lo diferente era más difícil. Me conquistaron para siempre. Mi vocación empezó entonces. Cuando tenía 18 años, recién cumplidos, ya estaba estudiando en Valladolid la carrera de “Educador de personas con discapacidad intelectual”. Fue maravilloso conocer a otros compañeros que se formaban junto a mi, personas de una calidad humana portentosa. Y también, profundizar en el conocimiento de esos seres con unas condiciones que experimentan dificultades para realizar ciertas actividades debido a deficiencias físicas o mentales, así como restricciones en su interacción con el entorno que la rodea. Durante 45 años de mi vida aprendí tanto que me siento en deuda con ellos.
Después de ese periodo profesional, a tanta distancia de mi familia, he regresado a Corbán, a mi hogar, y es maravilloso seguir observando a esas personas tan naturales, espontáneas y sinceras. Me trasladan de nuevo a ese mundo maravilloso y lleno de humanidad que tuve que dejar por edad. Me siguen conmoviendo, es mi mundo, no tengo dudas. Me hacéis feliz cuando os observo en ese trajín diario que es vuestro trabajo, vuestra vida.
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