Siempre he viajado mucho, sobre todo haciendo kilómetros a los cinco coches que he tenido. Hasta que me jubilé hice una media de treinta y cinco mil kilómetros al año. Mucho más de la media de conductores en España (creo que está en los diecisiete mil). Desde que cumplí sesenta y tres años, con la jubilación, esa media ha descendido a la mitad, unos dieciocho mil kilómetros anuales, que tampoco es mala proporción.
Los últimos meses he realizado viajes muy largos en el día, primero desde Zamora hasta Islantilla (Huelva) a primeros de diciembre del pasado año, total 660 km. Poco antes de pasar la ciudad hispalense el ordenador de a bordo empezó a fallar, primero el navegador y luego la radio. Cuando llegamos a Islantilla, al aparcar en el hotel y quitar la llave de contacto la radio seguía funcionando a un volumen muy alto, el mismo que tuvimos que padecer la hora y media que duró el trayecto desde Sevilla hasta nuestro destino. Tras tomar posesión de la habitación regresé al coche y la radio se había apagado. No volví a tener problemas durante los diez días que pasamos por Huelva y el Algarve. El regreso desde Albufeira a Zamora supuso otros 720 Km.
Otro de esos viajes largos lo realicé a finales de enero de este año entre Zamora y Peñíscola, 752 km. Atravesar las carreteras de circunvalación de Madrid fue agobiante, después el tráfico intenso en los kilómetros de la AP 3 de la provincia de Madrid, atravesar el denso tramo de la autovía A-7 que rodea la primera corona del Área metropolitana de Valencia. Un viaje muy intenso.
El último de estos largos viajes realizados en una jornada fue desde Peñíscola a Torremolinos, 800 km, sobre el mapa parece que esos dos puntos del Mediterráneo están más cercanos, pero ciertamente es un viaje bastante pesado, al regreso, en Murcia capital tuvimos muchas retenciones. Volviendo de Málaga, uno de esos días que permanecimos en Torremolinos, el ordenador de a bordo del coche nos jugó otra mala pasada. Al llegar esa noche al hotel me advertía que tenía que cambiar urgentemente la caja de cambios y me dirigiera inmediatamente a un taller de reparación. Arranqué varias veces y me daba siempre el mismo error. Después de cenar regresé al auto y arranqué, no me dio error alguno, así que di varias vueltas por los aledaños del hotel, cambiando automáticamente de marchas y todo fue bien. Me encontraba a 800 km. de mi domicilio y me preocupó durante el resto de los días esa posible avería, que suponía un problema muy grave. Fue tanta mi ansiedad que, sin darme cuenta, me fui del hotel un día antes, perdiendo por lo tanto una jornada de media pensión en el hotel de cuatro estrellas ya abonado.
Hablé con un amigo que me asesora siempre en mi compra de vehículos y me dijo que si el coche iba bien no me preocupara y que cuando tuviera un problema grave lo cambiara, tan solo había que dejarlo en un taller de reparación y alquilar uno de sustitución. Realmente mi coche, un Citröen C5 “me ha salido muy bueno”, tan solo he cambiado tres lámparas y la cadena de distribución. Tiene diez años y más de 250.000 km. Por el momento seguirá acompañándome en mis numerosos desplazamientos. Tocaré madera.
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